Gracian
Le héros
[PRELIMINARES]
A don Juan Bautista Brescia
Protonotario Apostólico y Doctor en ambos Derechos
El héroe, aun más pequeño que niño, va haciendo pinos a los brazos, que en vuestra merced considero abiertos para recibirle. Si es por destino mío, confiesa con alborozo mi obligación y deuda; si por inclinación suya, descubre el buen natural que su autor le ha comunicado. Pues adornado con tantos dijes de policía y prudencia, aún no le hacen armonía, hasta tener Vuestra Merced con la última mano lo perfecto. Como héroe solicita en su patrocinio lo ilustre de los de Brescia; como aprendiz de prudencia pretende ser instruido del maestro della. Y por salir consumado en toda facultad y ciencia, se dedica a tomar el pecho de las doctrinas que Vuestra Merced enseña: tal sazón muestra en amagar a ser grande, que es pieza de Rey el héroe, con que asegura de Vuestra Merced el cariño y el desempeño de mi oferta.
Pedro de Quesada.
Al lector
¡Qué singular te deseo! Emprendo formar con un libro enano un varón gigante, y con breves períodos, inmortales hechos. Sacar un varón máximo; esto es milagro en perfección y, ya que no por naturaleza rey, por sus prendas es ventaja.
Formáronle prudente Séneca; sagaz, Esopo; belicoso, Homero; Aristóteles, filósofo; Tácito, político; y cortesano, el Conde.
Yo, copiando algunos primores de tan grandes maestros, intento bosquejarle héroe y universalmente prodigio. Para esto forjé este espejo, manual de cristales ajenos y de yerros míos. Tal vez te lisonjeará y te avisará, tal vez en él verás o lo que ya eres o lo que debrías ser.
Aquí tendrás una, no política ni aun económica, sino una razón de Estado de ti mismo, una brújula de marear a la excelencia, una arte de ser ínclito con pocas reglas de discreción.
Escribo breve por tu mucho entender; corto, por mi poco pensar. Ni quiero detenerte porque pases adelante.
Primor I
Que el héroe platique incomprehensibilidades de caudal
Sea esta la primera destreza en el arte de entendidos: medir el lugar con su artificio. Gran treta es ostentarse al conocimiento, pero no a la comprehensión; cebar la expectación, pero nunca desengañarla del todo. Prometa más lo mucho, y la mejor acción deje siempre esperanzas de mayores.
Escuse a todos el varón culto sondarle el fondo a su caudal, si quiere que le veneren todos. Formidable fue un río hasta que se le halló vado, y venerado un varón hasta que se le conoció término a la capacidad; porque ignorada y presumida profundidad, siempre mantuvo con el recelo el crédito.
Culta propiedad fue llamar señorear al descubrir, alternando luego la vitoria sujetos; si el que comprehende señorea, el que se recata nunca cede.
Compita la destreza del advertido en templarse con la curiosidad del atento en conocerle, que suele esta doblarse a los principios de una tentativa.
Nunca el diestro en desterrar una barra remató al primer lance; vase empeñando con uno para otro, y siempre adelantándolos.
Ventajas son de ente infinito envidar mucho con resto de infinidad. Esta primera regla de grandeza advierte, si no el ser infinitos, a parecerlo, que no es sutileza común.
En este entender ninguno escrupuleará aplausos a la cruda paradoja del sabio de Mitilene: Más es la mitad que el todo, porque una mitad en alarde y otra en empeño más es que un todo declarado.
Fue jubilado en esta, como en todas las demás destrezas, aquel gran -pág. 536- rey primero del Nuevo Mundo, último de Aragón, si no el non plus ultra de sus heroicos reyes.
Entretenía este católico monarca, atentos siempre, a todos sus conreyes, más con las prendas de su ánimo, que cada día de nuevo brillaba, que con las nuevas coronas que ceñía.
Pero a quien deslumbró este centro de los rayos de la prudencia, gran restaurador de la monarquía goda, fue, cuando más, a su heroica consorte; después a los tahures del palacio, sutiles a brujulear el nuevo rey, desvelados a sondarle el fondo, atentos a medirle el valor.
Pero, ¡qué advertido se les permitía y detenía Fernando!, ¡qué cauto se les concedía y se les negaba! Y, al fin, ganoles.
¡Oh, varón cándido de la fama! Tú, que aspiras a la grandeza, alerta al primor. Todos te conozcan, ninguno te abarque; que con esta treta, lo moderado parecerá mucho, y lo mucho infinito, y lo infinito más.
Primor II
Cifrar la voluntad
Lega quedaría el arte si, dictando recato a los términos de la capacidad, no encargase disimulo a los ímpetus del afecto.
Está tan acreditada esta parte de sutileza, que sobre ella levantaron Tiberio y Luis toda su máquina y política.
Si todo exceso en secreto lo es en caudal, sacramentar una voluntad será soberanía. Son los achaques de la voluntad desmayos de la reputación, y si se declaran, muere comúnmente.
El primer esfuerzo llega a violentarlos, a disimularlos el segundo. Aquello tiene más de lo valeroso; esto, de lo astuto.
Quien se les rinde, baja de hombre a bruto; quien los reboza conserva, por lo menos en apariencias, el crédito.
Arguye eminencia de caudal penetrar toda voluntad ajena, y concluye superioridad saber celar la propia.
Lo mismo es descubrirle a un varón un afecto que abrirle un portillo a la fortaleza del caudal, pues por allí maquinan políticamente los atentos, y las más veces asaltan con triunfo. Sabidos los afectos, son sabidas las entradas y salidas de una voluntad, con señorío en ella a todas horas.
Soñó dioses a muchos la inhumana gentilidad, aun no con la mitad de hazañas de Alejandro, y negole al laureado macedón el predicamento o la caterva de deidades. Al que ocupó mucho mundo, no le señaló poco cielo; pero ¿de dónde tanta escasez?, ¿cuándo tanta prodigalidad?
Asombró Alejandro lo ilustre de sus proezas con lo vulgar de sus furores, y desmintiose a sí mismo, tantas veces triunfante, con rendirse a la avilantez del afecto. Sirviole poco conquistar un mundo si perdió el patrimonio de un príncipe, que es la reputación.
Es Caribdis de la excelencia la exorbitancia irascible, y Scila de la reputación la demasía concupiscible.
Atienda, pues, el varón excelente, primero a violentar sus pasiones; cuando menos, a solaparlas con tal destreza, que ninguna contratreta acierte a descifrar su voluntad.
Avisa este primor a ser entendidos no siéndolo, y pasa adelante a ocultar todo defecto, desmintiendo las atalayas de los descuidos y deslumbrando los linces de la ajena obscuridad.
Aquella católica amazona, desde quien España no tuvo que envidiar las Cenobias, Tomiris, Semíramis y Pantasileas, pudo ser oráculo de estas sutilezas. Encerrábase a parir en el retrete más obscuro y, celando el connatural decoro, la innata majestad echaba un sello a los suspiros en su real pecho, sin que se le oyese un ay, y un velo de tinieblas a los desmanes del semblante. Pero quien así menudeaba en tan escusables achaques del recato, ¡cómo que escrupulearía en los del crédito!
No graduaba de necio el cardenal Madrucio al que aborta una necedad, sino al que, cometida, no sabe ahogarla.
Accesible es el primor a un varón callado; calificada inclinación, mejorada del arte, prenda de divinidad, si no por naturaleza, por semejanza.
Primor III
La mayor prenda de un héroe
Grandes partes se desean para un gran todo, y grandes prendas para la máquina de un héroe.
Gradúan en primer lugar los apasionados al entendimiento por origen de toda grandeza; y así como no admiten varón grande sin excesos de entendimiento, así no conocen varón excesivamente entendido sin grandeza.
Es lo mejor de lo visible el hombre, y en él el entendimiento; luego sus vitorias, las mayores.
Adécuase esta capital prenda de otras dos: fondo de juicio y elevación de ingenio, que forman un prodigio si se juntan.
Señaló pródigamente la filosofía dos potencias al acordarse y al entender. Súfrasele a la política con más derecho introducir división entre el juicio y el ingenio, entre la sindéresis y la agudeza.
Sola esta distinción de inteligencias pasa la verdad escrupulosa, condenando tanta multiplicación de ingenios a confusión de la mente con la voluntad.
Es el juicio trono de la prudencia, es el ingenio esfera de la agudeza; cuya eminencia y cuya medianía deba preferirse, es pleito ante el tribunal del gusto. Aténgome a la que así imprecaba: «Hijo, Dios te dé entendimiento del bueno».
La valentía, la promptitud, la sutileza de ingenio sol es de este mundo en cifra, si no rayo, vislumbre de divinidad. Todo héroe participó exceso de ingenio.
Son los dichos de Alejandro esplendores de sus hechos. Fue prompto César en el pensar como en el hacer.
Mas, apreciando los héroes verdaderos, equivócase en Augustino lo augusto con lo agudo, y en el latino que dio Huesca para coronar a Roma compitieron la constancia y la agudeza.
Son tan felices las promptitudes del ingenio cuan azares las de la voluntad. Alas son para la grandeza, con que muchos se remontaron del centro del polvo al del sol, en lucimientos.
Dignábase tal vez el Gran Turco desde un balcón antes al vulgo de un jardín que al de la plaza, prisión de la majestad y grillos del decoro. Comenzó a leer un papel que, o por burla o por desengaño de la mayor soberanía, se lo voló el viento de los ojos a las hojas. Aquí los pajes, émulos dél y de sí mismos, volaron escala abajo con alas de lisonja. Uno de ellos, Ganimedes de su ingenio, supo hallar atajo por el aire: arrojose por el balcón. Voló, cogiole y subía cuando los otros bajaban; y fue subir con propiedad, y aun remontarse, porque el príncipe, lisonjeado eficazmente, le levantó a su valimiento.
Que la agudeza, si no reina, merece conreinar.
Es en todo porte la malilla de las prendas gran pregonera de la reputación, mayor realce cuanto más sublime el fundamento.
Son agudezas coronadas, ordinarios dichos de un rey. Perecieron grandes tesoros de monarcas, mas consérvanse sus sentencias en el guardajoyas de la fama.
Valioles más a muchos campiones tal vez una agudeza que todo el yerro de sus escuadrones armados, siendo premio de una agudeza, una vitoria.
Fue examen, fue pregón del mayor crédito en el rey de los sabios y en el más sabio de los reyes, la sentenciosa promptitud en aquel estremo de pleitos, que lo fue llegar a pleitear los hijos; que también acredita el ingenio la justicia.
Y aun en bárbaros tribunales asiste el que es sol de ella. Compite con la de Salomón la promptitud de aquel Gran Turco: pretendía un judío cortar una onza de carne a un cristiano, pena sobre usura. Insistía en ello con igual terquería a su príncipe, que perfidia a su Dios. Mandó el gran juez traer peso y cuchillo: conminole el degüello si cortaba más ni menos. Y fue dar un agudo corte a la lid, y al mundo un milagro del ingenio.
Es la promptitud oráculo en las mayores dudas, esfinge en los enigmas, hilo de oro en laberintos; y suele ser de condición de león, que guarda el estremarse para el mayor aprieto.
Pero hay también perdidos de ingenio como de bienes, pródigos de agudeza para presas sublimes, tagarotes para las viles águilas mordaces y satíricos, que si los crueles se amasaron con sangre, estos con veneno. En ellos, la sutileza, con estraña contrariedad, por liviana, abate; sepultándolos en el abismo de un desprecio, en la región del enfado.
Hasta aquí, favores de la naturaleza; desde aquí, realces del arte. Aquella engendra la agudeza; esta la alimenta, ya de ajenas sales, ya de la prevenida advertencia.
Son los dichos y hechos ajenos en una fértil capacidad semillas de agudeza, de las cuales, fecundado el ingenio, multiplica cosecha de promptitudes y abundancia de agudezas.
No abogo por el juicio, pues él habla por sí bastantemente.
Primor IV
Corazón de rey
Gran cabeza es de filósofos, gran lengua de oradores, pecho de atletas, brazos de soldados, pies de cursores, hombros de palanquines, gran corazón de reyes. De las divinidades de Platón, y texto con que en favor del corazón arman algunos pleito a la inteligencia.
¿Qué importa que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda? Concibe dulcemente el capricho lo que le cuesta mucho de sacar a lucimiento al corazón.
Son estériles por la mayor parte las sutilezas del discurso, y flaquean por su delicadeza en la ejecución.
Proceden grandes efectos de gran causa, y portentos de hazañas de un prodigio de corazón. Son gigantes los hijos de un corazón gigante. Presume siempre empeños de su tamaño, y afecta primeros asumptos.
Grande fue el de Alejandro, y el archicorazón, pues cupo en un rincón dél todo este mundo holgadamente, dejando lugar para otros seis.
Máximo el de César, que no hallaba medio entre todo y nada.
Es el corazón el estómago de la fortuna, que digiere con igual valor sus estremos. Un gran buche no se embaraza con grandes bocados, no se estraga fácilmente con la afectación, ni se aceda con la ingratitud. Es hambre de un gigante el hartazgo de un enano.
Aquel milagro del valor, digo el delfín de Francia entonces y Carlos Séptimo después, notificándole la sentencia estrujada en el supremo por los dos reyes -el de Francia, su padre; y el de Inglaterra, su antagonista-, en que le declaraban por incapaz de suceder en la corona de los lirios, respondió invicto que se apelaba. Instáronle con admiración que a quién. Y él, que a la grandeza de su corazón y a la punta de su espada. Y valiole.
No brilla tan ufano el casi eterno diamante en medio de los voraces carbunclos como soliza (si así puede decirse un hacer del sol) un augusto corazón en medio de las violencias de un riesgo.
Rompió con solos cuatro de los suyos el Aquiles moderno, Carlos Manuel de Saboya, por medio de cuatrocientas corazas enemigas, y satisfizo a la universal admiración diciendo que no hay compañía en el mayor aprieto como la de un gran corazón.
Suple la sobra dél la falta de todo lo demás, siendo siempre el primero que llega a la dificultad y vence.
Presentáronle al rey de Arabia un alfanje damasquino, lisonja para un guerrero. Alabáronle los grandes de la asistencia áulica, no por ceremonia, sí con razón; y atentos a la fineza y arte, alargáranse a juzgarle por rayo de acero, si no pecara algo en corto. Mandó llamar el rey al príncipe para que diese su voto, y podía, pues era el famoso Jacob Almanzor. Vino, examinole y dijo que valía una ciudad, propio apreciar de un príncipe. Instó el rey que si le hallaba alguna falta. Respondió que todas eran sobras. «Pues, príncipe, estos caballeros todos le condenan por corto». Él, entonces, echando mano a su cimitarra, dijo: «Para un caballero animoso nunca hay arma corta, porque con hacerse él un paso adelante se alarga ella bastantemente, y lo que le falta de acero lo suple el corazón de valor».
Lauree este intento la magnanimidad en los agravios, timbre augusto de grandes corazones. Enseñó Adriano un raro sobre, excelente modo de triunfar de los enemigos, cuando el mayor de los suyos le dijo: «Escapástete».
No hay encomio igual a un decir Luis Duodécimo de Francia: «No venga el rey los agravios hechos al duque de Orliens». Estos son milagros del corazón de un héroe.
Primor V
Gusto relevante
Toda buena capacidad fue mal contentadiza. Hay cultura de gusto, así como de ingenio. Entrambos relevantes son hermanos de un vientre, hijos de la capacidad, heredados por igual en la excelencia.
Ingenio sublime nunca crió gusto ratero.
Hay perfecciones soles y hay perfecciones luces. Galantea el águila al sol, piérdese en él el helado gusanillo por la luz de un candil, y tómasele la altura a un caudal por la elevación del gusto.
Es algo tenerlo bueno, es mucho tenerlo relevante. Péganse los gustos con la comunicación, y es suerte topar con quien le tiene superlativo.
Tienen muchos por felicidad, de prestado será, gozar de lo que apetecen, condenando a infelices los demás, pero desquítanse estos por los mismos filos, con que es de ver la mitad del mundo riéndose de la otra, con más o menos de necedad.
Es calidad un gusto crítico, un paladar difícil de satisfacerse; los más valientes objetos le temen y las más seguras perfecciones le tiemblan.
Es la estimación preciosísima, y de discretos el regatearla; toda escasez en moneda de aplauso es hidalgo y, al contrario, desperdicios de estima merecen castigo de desprecio.
La admiración es comúnmente sobrescrito de la ignorancia; no nace tanto de la perfección de los objetos, cuanto de la imperfección de los conceptos. Son únicas las perfecciones de primera magnitud; sea, pues, raro el aprecio.
Quien tuvo gusto rey fue el prudente de los Filipos de España, hecho siempre a objetos milagros, que nunca se pagaba sino de la que era maravilla en su serie.
Presentole un mercader portugués una estrella de la tierra, digo un diamante de Oriente, cifra de la riqueza, pasmo del resplandor. Y cuando todos aguardaban, si no admiraciones, reparos en Filipo, escucharon desdenes, no porque afectase el gran monarca lo descomedido como lo grave, sino porque un gusto hecho siempre a milagros de naturaleza y arte no se pica así vulgarmente. ¡Qué paso este para una hidalga fantasía! «Señor -dijo-, setenta mil ducados que abrevié en este digno nieto del sol no son de asquear». Apretó el punto Filipo y díjole: «¿En qué pensabais cuando disteis tanto?» «Señor -acudió el portugués como tal-, pensaba en que había un rey Filipo Segundo en el mundo». Cayole al monarca en picadura más la agudeza que la preciosidad, y mandó luego pagarle el diamante y premiarle el dicho, ostentando la superioridad de su gusto en el precio y en el premio.
Sienten algunos que el que no excede en alabar vitupera. Yo diría que las sobras de alabanza son menguas de la capacidad y, que el que alaba sobrado, o se burla de sí o de los otros.
No tenía por oficial el griego Agesilao el que calzaba a un pigmeo el zapato de Encelado y, en materia de alabanza, es arte medir justo.
Estaba el mundo lleno de las proezas del que fue alba del mayor sol, digo de las vitorias de don Hernando Álvarez de Toledo y con llenar un mundo, no mediaban su gusto. Estrañándole la causa dijo que en cuarenta años de vencer, teniendo por campo toda Europa, por blasones todas las empresas de su tiempo, le parecía todo nada, pues nunca había visto un ejército de turcos delante donde la vitoria no fuera triunfo -pág. 543- de la destreza y no del poder, donde la excesiva potencia humillada ensalzara la experiencia y el valor de un caudillo. Tanto es menester para acallar el gusto de un héroe.
No amaestra este primor a ser Momo un varón culto, que es insufrible destemplanza; sí a ser integérrimo censor de lo que vale. Hacen algunos esclavo al juicio del afecto, pervirtiendo los oficios al sol y las tinieblas.
Merezca cada cosa la estimación por sí, no por sobornos del gusto.
Solo un gran conocimiento, favorecido de una gran práctica, llega a saber los precios de las perfecciones. Y donde el discreto no puede lisamente votar, no se arroje; deténgase, no descubra antes la falta propia que la sobra estraña.
Primor VI
Eminencia en lo mejor
Abarcar toda perfección solo se concede al Primer Ser que, por no recibirlo de otro, no sufre limitaciones.
De las prendas, unas da el cielo, otras libra a la industria; una ni dos no bastan a realzar un sujeto; cuanto destituyó el cielo de las naturales, supla la diligencia en las adquisitas. Aquellas son hijas del favor, estas de la loable industria, y no suelen ser las menos nobles.
Poco es menester para individuo, mucho para universal; y son tan raros estos, que se niegan comúnmente a la realidad si se conceden al concepto.
No es uno solo el que vale por muchos. Grande excelencia en una intensa singularidad, cifrar toda una categoría y equivalerla.
No toda arte merece estimación, ni todo empleo logra crédito. Saberlo todo no se censura; platicarlo todo sería pecar contra la reputación.
Ser eminente en profesión humilde es ser grande en lo poco, es ser algo en nada. Quedarse en una medianía apoya la universalidad; pasar a eminencia desluce el crédito.
Distaron mucho los dos Filipos: el de España y Macedonia. Estrañó, el primero en todo y segundo en el renombre, al príncipe el cantar en su retrete, y abonó el macedón a Alejandro el correr en el estadio. Fue aquella, puntualidad de un prudente, fue este, descuido de la grandeza. Pero, corrido Alejandro antes que corredor, acudió bien; que a competir con reyes, aún, aún.
Lo que tiene más de lo deleitable tiene menos de lo heroico comúnmente.
No debe un varón máximo limitarse a una ni a otra perfección, sino con ambiciones de infinidad aspirar a una universalidad plausible, correspondiendo la intensión de las noticias a la excelencia de las artes.
Ni basta cualquiera ligera cognición, empeño de corrida, que suele ser más nota de vana locuacidad que crédito de fundamental entereza.
Alcanzar eminencia en todo no es el menor de los imposibles; no por flojedad de la ambición, sí de la diligencia y aun de la vida. Es el ejercicio el medio para la consumación en lo que se profesa, y falta a lo mejor el tiempo, y más presto el gusto en tan prolija práctica.
Muchas medianías no bastan a agregar una grandeza, y sobra sola una eminencia a asegurar superioridad.
No ha habido héroe sin eminencia en algo, porque es carácter de la grandeza; y cuanto más calificado el empleo, más gloriosa la plausibilidad. Es la eminencia en aventajada prenda parte de soberanía, pues llega a pretender su modo de veneración.
Y si el regir un globo de viento con eminencia triunfa de la admiración, ¿qué será regir con ella un acero, una pluma, una vara, un bastón, un cetro, una tiara?
Aquel Marte castellano por quien se dijo «Castilla capitanes, si Aragón reyes», don Diego Pérez de Vargas, con más hazañas que días, retirose a acabarlos en Jerez de la Frontera. Retirose él, mas no su fama, que cada día se estendía más por el teatro universo. Solicitado de ella Alfonso, rey novel, pero antiguo apreciador de una eminencia, y más en armas, fue a buscarle disfrazado con solos cuatro caballeros.
Que la eminencia es imán de voluntades, es hechizo del afecto.
Llegado el rey a Jerez y a su casa, no le halló en ella, porque el Vargas, enseñado a campear, engañaba en el campo su generosa inclinación. El rey, a quien no se le había hecho de mal ir desde la corte a Jerez, no estrañó el ir desde allí a la alquería. Descubriéronle desde lejos, que con una hoz en la mano iba descabezando vides con más dificultad que en otro tiempo vidas. Mandó Alfonso hacer alto y emboscarse los suyos. Apeose del caballo y, con majestuosa galantería, comenzó a recoger los sarmientos que el Vargas, descuidado, derribaba. Acertó este a volver la cabeza, avisado de algún ruido que hizo el rey, o, lo que es más cierto, de algún impulso fiel de su corazón. Y, cuando conoció a su majestad, arrojándose a sus plantas, a lo de aquel tiempo, dijo: «Señor, ¿qué hacéis aquí?». «Proseguid, Vargas -dijo Alfonso-, que a tal podador, tal sarmentador».
¡Oh, triunfo de una eminencia!
Anhele a ella el varón raro, con seguridad de que lo que le costará de fatiga lo logrará de celebridad.
Que no sin propiedad consagró la gentilidad a Hércules el buey, en misterio de que el loable trabajo es una sementera de hazañas que promete cosecha de fama, de aplauso, de inmortalidad.
Primor VII
Excelencia de primero
Hubieran sido algunos fénix en los empleos, a no irles otros delante. Gran ventaja el ser primero, y si con eminencia, doblada. Gana en igualdad el que ganó de mano.
Son tenidos por imitadores de los pasados los que les siguen y, por más que suden, no pueden purgar la presunción de imitación.
Álzanse los primeros con el mayorazgo de la fama, y quedan para los segundos mal pagados alimentos.
Dejó de estimar la novelera gentilidad a los inventores de las artes, y pasó a venerarlos. Trocó la estima en culto, ordinario error, pero que exagera lo que vale una primería.
Mas no consiste la gala en ser primero en tiempo, sino en ser el primero en la eminencia.
Es la pluralidad descrédito de sí misma, aun en preciosos quilates; y, al contrario, la raridad encarece la moderada perfección.
Es, pues, destreza no común inventar nueva senda para la excelencia, descubrir moderno rumbo para la celebridad. Son multiplicados los caminos que llevan a la singularidad, no todos sendereados. Los más nuevos, aunque arduos, suelen ser atajos para la grandeza.
Echó sabiamente Salomón por lo pacífico, cediéndole a su padre lo guerrero. Mudó el rumbo y llegó con menos dificultad al predicamento de los héroes.
Afectó Tiberio conseguir por lo político lo que Augusto por lo magnánimo.
Y nuestro gran Filipo gobernó desde el trono de su prudencia todo el mundo, con pasmo de todos los siglos; y si el César, su invicto padre, fue un prodigio de esfuerzo, Filipo lo fue de la prudencia.
Ascendieron con este aviso muchos de los soles de la Iglesia al cénid de la celebridad. Unos por lo eminente santo, otros por lo sumamente docto; cuál por la magnificencia en las fábricas, y cuál por saber realzar la dignidad.
Con esta novedad de asumptos se hicieron lugar siempre los advertidos en la matrícula de los magnos.
Sin salir del arte, sabe el ingenio salir de lo ordinario y hallar en la encanecida profesión nuevo paso para la eminencia. Cediole Horacio lo heroico a Virgilio, y Marcial lo lírico a Horacio. Dio por lo cómico Terencio, por lo satírico Persio, aspirando todos a la ufanía de primeros en su género. Que el alentado capricho nunca se rindió a la fácil imitación.
Vio el otro galante pintor que le habían cogido la delantera el Ticiano, Rafael y otros. Estaba más viva la fama cuando muertos ellos; valiose de su invencible inventiva. Dio en pintar a lo valentón; objetáronle algunos el no pintar a lo suave y pulido, en que podía emular al Ticiano, y satisfizo galantemente que quería más ser primero en aquella grosería que segundo en la delicadeza.
Estiéndase el ejemplo a todo empleo, y todo varón raro entienda bien la treta, que en la eminente novedad sabrá hallar estravagante rumbo para la grandeza.
Primor VIII
Que el héroe prefiera los empeños plausibles
Dos patrias produjeron dos héroes: a Hércules, Tebas; a Catón, Roma: fue Hércules aplauso del orbe, fue Catón enfado de Roma. Al uno admiraron todas las gentes, al otro esquivaron los romanos.
No admite controversia la ventaja que llevó Catón a Hércules, pues le excedió en prudencia; pero ganole Hércules a Catón en fama.
Más de arduo y primoroso tuvo el asumpto de Catón, pues se empeñó en domeñar monstruos de costumbres, si Hércules de naturaleza: pero tuvo más de famoso el del tebano.
La distancia consistió en que Hércules emprendió hazañas plausibles y Catón odiosas. La plausibilidad del empleo llevó la gloria a Alcides a los términos del mundo y pasara adelante si ellos se alargaran. Lo desapacible del empleo circunscribió a Catón dentro de las murallas de Roma.
Con todo esto, prefieren algunos, y no los menos los juiciosos, el asumpto primoroso al más plausible, y puede más con ellos la admiración de pocos que el aplauso de muchos, si vulgares.
Milagros de ignorantes llaman a los empeños plausibles.
Lo arduo, lo primoroso de un superior asumpto pocos lo perciben, pero eminentes, y así lo acreditan raros. La facilidad del plausible permítese a todos, vulgarízase, y así el aplauso tiene de ordinario lo que de universal.
Vence la intensión de pocos a la numerosidad de un vulgo entero.
Pero destreza es topar con los empleos plausibles. Punto es de discreción sobornar la atención común en el asumpto plausible; manifiéstase a todos la eminencia, y a votos de todos se graduó la reputación.
Débense estimar en más los más. Es palpable la excelencia en tales hazañas, y si con evidencia plausible, las primorosas tienen mucho de metafísico, dejando la celebridad en opiniones.
Empleo plausible llamo aquel que se ejecuta a vista de todos y a gusto de todos, con el fundamento siempre de la reputación, por excluir aquellos tan faltos de crédito cuan sobrados de ostentación. Rico vive de aplauso un histrión, y perece de crédito.
Ser, pues, eminente en hidalgo asumpto, expuesto al universal teatro; eso es conseguir augusta plausibilidad.
¿Qué príncipes ocupan los catálogos de la fama, sino los guerreros? A ellos se les debe en propiedad el renombre de magnos. Llenan el mundo de aplauso, los siglos de fama, los libros de proezas, porque lo belicoso tiene más de plausible que lo pacífico.
Entre los jueces se entresacan los justicieros a inmortales, porque la justicia sin crueldad siempre fue más acepta al vulgo que la piedad remisa.
En los asumptos del ingenio triunfó siempre la plausibilidad. Lo suave de un discurso plausible recrea el alma, lisonjea el oído, que lo seco de un concepto metafísico los atormenta y enfada.
Primor IX
Del quilate rey
Dudo si llame inteligencia o suerte al topar un héroe con la prenda relevante en sí, con el atributo rey de su caudal.
En unos reina el corazón, en otros la cabeza, y es punto de necedad querer uno estudiar con el valor y pelear otro con la agudeza.
Conténtese el pavón con su rueda, préciese el águila de su vuelo, que sería gran monstruosidad aspirar el avestruz a remontarse, expuesta a ejemplar despeño: consuélese con la bizarría de sus plumas.
No hay hombre que en algún empleo no hubiera conseguido la eminencia, y vemos ser tan pocos, que se denominan raros, tanto por lo único como por lo excelente y, como el fénix, nunca salen de la duda.
Ninguno se tiene por inhábil para el mayor empleo, pero lo que lisonjea la pasión desengaña tarde el tiempo.
Escusa es no ser eminente en el mediano por ser mediano en el eminente; pero no la hay en ser mediano en el ínfimo, pudiendo ser primero en el sublime.
Enseñó la verdad, aunque poeta, aquel: «Tú no emprendas asumpto en que te contradiga Minerva». Pero no hay cosa más difícil que desengañar de capacidad.
¡Oh, si hubiera espejos de entendimiento como los hay de rostro! Él lo ha de ser de sí mismo y falsifícase fácilmente. Todo juez de sí mismo halla luego textos de escapatoria y sobornos de pasión.
Grande es la variedad de inclinaciones, prodigio deleitable de la Naturaleza; tanta como en rostros, voces y temperamentos.
Son tan muchos los gustos como los empleos. A los más viles y aun infames no les faltan apasionados. Y lo que no pudiera recabar la poderosa providencia del más político rey, facilita la inclinación.
Si el monarca hubiera de repartir las mecánicas tareas, «Sed vos labrador y vos sed marinero», rindiérase luego a la imposibilidad. Ninguno estuviera contento, aun con el más civil empleo, y ahora la elección propia se ciega aun por el más villano.
Tanto puede la inclinación, y si se aúna con las fuerzas, todo lo sujetan, pero lo ordinario es desavenirse.
Procure, pues, el varón prudente halagar el gusto y atraerle sin violencias -pág. 549- de despotiquez, a medirse con las fuerzas y, reconocida una vez la prenda relevante, empléela felizmente.
Nunca hubiera llegado a ser Alejandro español y César indiano, el prodigioso Marqués del Valle, don Fernando Cortés, si no hubiera barajado los empleos; cuando más, por las letras hubiera llegado a una vulgarísima medianía, y por las armas se empinó a la cumbre de la eminencia, pues hizo trinca con Alejandro y César, repartiéndose entre los tres la conquista del mundo por sus partes.
Primor X
Que el héroe ha de tener tanteada su fortuna al empeñarse
La fortuna, tan nombrada cuan poco conocida, no es otra, hablando a lo cuerdo y aun católico, que aquella gran madre de contingencias y gran hija de la Suprema Providencia, asistente siempre a sus causas, ya queriendo, ya permitiendo.
Esta es aquella reina tan soberana, inescrutable, inexorable, risueña con unos, esquiva con otros, ya madre, ya madrastra, no por pasión, sí por la arcanidad de inaccesibles juicios.
Regla es muy de maestros en la discreción política tener observada su fortuna y la de sus adherentes. El que la experimentó madre, logre el regalo, empéñese con bizarría, que como amante se deja lisonjear de la confianza.
Tenía bien tomado el pulso a su fortuna el César cuando, animando al rendido barquero, le decía: «No temas, que agravias a la fortuna de César». No halló más segura áncora que su dicha. No temió los vientos contrarios el que llevaba en popa los alientos de su fortuna. ¿Qué importa que el aire se perturbe, si el cielo está sereno, que el mar brame, si las estrellas se ríen?
Pareció en muchos temeridad un empeño, pero no fue sino destreza, atendiendo al favor de su fortuna. Perdieron otros, al contrario, grandes lances de celebridad por no tener comprehensión de su dicha. Hasta el ciego jugador consulta la suerte al arrojarse.
Gran prenda es ser un varón afortunado, y al aprecio de muchos lleva la delantera. Estiman algunos más una onza de ventura que arrobas de sabiduría, que quintales de valor; otros, al contrario, que fundan crédito en la desdicha como en la melancolía. Ventura repiten de necio y méritos de desgraciado.
Suple con oro la fealdad de la hija el sagaz padre, y el universal dora la fealdad del ingenio con ventura.
Deseó Galeno a su médico afortunado; al capitán, Vejecio; y Aristóteles, a su monarca. Lo cierto es que a todo héroe le apadrinaron el valor y la fortuna, ejes ambos de una heroicidad.
Pero quien de ordinario probó agrios de madrastra, amaine en los empeños, no terquee, que suele ser de plomo el disfavor.
Disimúleseme en este punto hurtarle el dicho al poeta de las sentencias, con obligación de restituirlo en consejo a los amantes de la prudencia. «Tú no hagas ni digas cosa alguna teniendo a la fortuna por contraria».
El benjamín hoy de la felicidad es, con evidencia de su esplendor, el heroico, invicto y serenísimo señor Cardenal Infante de España, don Fernando, nombre que pasa a blasón o corona nominal de tantos héroes.
Atendía todo el orbe suspenso a su fortuna, satisfecho asaz de su valor, y declarole esta gran princesa por su galán en la primera ocasión; digo en aquella, tan inmortal para los suyos como mortal para sus enemigos, batalla de Norlinguen, con progresos de finezas en Francia y Flandes, y con el resto de todo su favor en Jerusalén.
Parte es de este político primor saber discernirlos bien y mal afortunados, para chocar o ceder en la competencia.
Previno Solimán la gran felicidad de nuestro católico Marte, quinto de los Carlos, para que estuviera el valor en su esfera. Temió más a sola ella que a todos los tercios de Poniente, contemplación de otros.
Amainó aún a tiempo y valiole, ya que no la reputación, pues se retiraba de ella, la corona.
No así el primer Francisco de Francia, que afectó ignorar su fortuna y la del César; y así, por delincuente de prudencia, fue condenado a prisión.
Péganse de ordinario la próspera y adversa fortuna a los del lado. Atienda, pues, el discreto a ladearse y, en el juego de este triunfo, sepa encartarse y descartarse con ganancia.
Primor XI
Que el héroe sepa dejarse, ganando con la fortuna
Todo móvil instable tiene aumento y declinación. Añaden otros estado donde no hay estabilidad.
Gran providencia es saber prevenir la infalible declinación de una inquieta rueda. Sutileza de tahúr saberse dejar con ganancia, donde la prosperidad es de juego y la desdicha tan de veras.
Mejor es tomarse la honra que aguardar a la rebatiña de la fortuna, que suele en un tumbo alzarse con la ganancia de muchos lances.
Faltarle de constante lo que le sobra de mujer, sienten algunos escocidos. Y añadió el Marqués de Mariñano, para consuelo del emperador sobre Metz, que no solo tiene instabilidad de mujer, sino liviandad de joven en hacer cara a los mancebos.
Mas yo digo que no son livianas variedades de mujer, sino alternativas de una justísima Providencia.
Acierte el varón a serlo en esto: recójase al sagrado de un honroso retiro, porque tan gloriosa es una bella retirada como una gallarda acometida.
Pero hay hidrópicos de la suerte que no tienen ánimo para vencerse a sí mismos si les está bailando el agua la fortuna.
Sea augusto ejemplar de este primor aquel gran mayorazgo de la fortuna y de la suerte, el máximo de los Carlos y aun de los héroes. Coronó este gloriosísimo emperador con prudente fin todas sus hazañas. Triunfó del orbe con la fortuna, y al cabo triunfó de la misma fortuna. Supo dejarse, que fue echar el sello a sus proezas.
Perdieron otros, al contrario, todo el caudal de su fama en pena de su codicia. Tuvieron monstruoso fin grandes principios de felicidad que, a valerse de esta treta, pusieran en cobro la reputación.
Pudiera asegurar un anillo arrojado al mar y restituido en el arca de un pescado arras de inseparabilidad entre Polícrates y la fortuna. Pero fue poco después el monte Micalense trágico teatro del divorcio.
Cegó Belisario para que abriesen otros los ojos, y eclipsose la luna de España para dar luz a muchos.
No se halla arte de tomarle el pulso a la felicidad, por ser anómalo su humor; previénennos algunas señales de declinación.
Prosperidad muy aprisa, atropellándose unas a otras las felicidades, siempre fue sospechosa; porque suele la fortuna cercenar del tiempo lo que acumula del favor.
Felicidad envejecida ya pasa a caduquez, y desdicha en los estremos cerca está de mejoría.
Estaba Abul moro, hermano del rey de Granada, preso en Salobreña y, para desmentir sus confirmadas desdichas, púsose a jugar al ajedrez, propio ensayo del juego de la fortuna. Llegó en esto el correo de su muerte, que siempre esta nos corre la posta. Pidió Abul dos horas de vida; muchas le parecieron al comisario, y otorgole solo acabar el juego comenzado. Díjole la suerte, y ganó la vida y aun el reino, pues antes de acabarlo llegó otro correo con la vida y la corona, que por muerte del rey le presentaba Granada.
Tantos subieron del cuchillo a la corona como bajaron de la corona al cuchillo. Cómense mejor los buenos bocados de la suerte con el agridulce de un azar.
Es corsaria la fortuna, que espera a que carguen los bajeles. Sea la contratreta anticiparse a tomar puerto.
Primor XII
Gracia de las gentes
Poco es conquistar el entendimiento si no se gana la voluntad, y mucho rendir con la admiración la afición juntamente.
Muchos, con plausibles empresas, mantienen el crédito pero no la benevolencia.
Conseguir esta gracia universal algo tiene de estrella, lo más de diligencia propia. Discurrían otros al contrario, cuando a igualdad de méritos corresponden con desproporción los aplausos.
Lo mismo que fue en uno imán de las voluntades es en otro conjuro. Mas yo siempre le concederé aventajado el partido al artificio.
No basta eminencia de prendas para la gracia de las gentes, aunque se supone. Fácil es de ganar el afecto, sobornado el concepto, porque la estima muñe la afición.
Ejecutó los medios felizmente para esta común gracia, aunque no así para la de su rey, aquel infaustamente ínclito duque de Guisa, a quien hizo grande un rey favoreciéndole y mayor otro emulándole; el tercero, digo, de los Enricos franceses. Fatal nombre para príncipes en toda monarquía, que en tan altos sujetos hasta los nombres descifran oráculos.
Preguntó un día este rey a sus continuos: «¿Qué hace Guisa, que así hechiza las gentes?». Respondió uno, estravagante áulico, por único en estos tiempos: «Sire, hacer bien a todas manos: al que no llegan derechamente sus benévolos influjos, alcanzan por reflexión, y cuando no obras, palabras. No hay boda que no festeje, bautismo que no apadrine, entierro que no honre; es cortés, humano, liberal, honrador de todos, murmurador de ninguno y, en suma, él es el rey en el afecto, si Vuestra Majestad en el efeto».
Feliz gracia si la hermanara con la de su rey, que no es de esencia el excluirse, por más que encarezca Bayaceto que la plausibilidad del ministro causa recelo al patrón.
Y de verdad que la de Dios, del rey y de las gentes son tres gracias más bellas que las que se fingieron los antiguos. Danse la mano una a otra, enlazándose apretadamente todas tres, y si ha de faltar alguna, sea por orden.
El más poderoso hechizo para ser amado es amar. Es arrebatado el vulgo en proseguir, si furioso en perseguir.
El primer móvil de su séquito, después de la opinión, es la cortesía y la generosidad: con estas llegó Tito a ser llamado delicias del orbe.
Iguala la palabra favorable de un superior a la obra de un igual, y excede la cortesía de un príncipe al don de un ciudadano.
Con solo olvidarse por breve rato de su majestad el magnánimo don Alonso, apeándose del caballo para socorrer a un villano, conquistó las guarnecidas murallas de Gaeta, que a fuerza de bombardas no mellara en muchos días. Entró primero en los corazones, y luego con triunfo en la ciudad.
No le hallan algunos destempladamente críticos al grande de los capitanes y gigante entre héroes otros méritos para su antonomasia sino la benevolencia común.
Diría yo que, entre la pluralidad de prendas merecedora cada una del plausible renombre, esta fue felicísima.
Hay gracia de historiadores también, tan de codicia cuan de inmortalidad, porque son sus plumas las de la fama. Retratan, no los aciertos de la naturaleza, sino los del alma. Aquel fénix Corvino, gloria de Hungría, solía decir, y platicar mejor: que la grandeza de un héroe consistía en dos cosas; en alargar la mano a las hazañas y a las plumas, porque caracteres de oro vinculan eternidad.
Primor XIII
Del despejo
El despejo, alma de toda prenda, vida de toda perfección, gallardía de las acciones, gracia de las palabras y hechizo de todo buen gusto, lisonjea la inteligencia y estraña la explicación.
Es un realce de los mismos realces y es una belleza formal. Las demás prendas adornan la naturaleza, pero el despejo realza las mismas prendas. De suerte que es perfección de la misma perfección, con trascendente beldad, con universal gracia.
Consiste en una cierta airosidad, en una indecible gallardía, tanto en el decir como en el hacer, hasta en el discurrir.
Tiene de innato lo más, reconoce a la observación lo menos. Hasta ahora nunca se ha sujetado a precepto superior, siempre a toda arte.
Por robador del gusto le llamaron garabato; por lo imperceptible, donaire; por lo alentado, brío; por lo galán, despejo; por lo fácil, desenfado. Que todos estos nombres le han buscado el deseo y la dificultad de declararle.
Agravio se le hace en confundirle con la facilidad; déjala muy atrás y adelántase a bizarría. Bien que todo despejo supone desembarazo, pero añade perfección.
Tienen su Lucina las acciones, y débesele al despejo el salir bien, porque él las parteara para el lucimiento.
Sin él la mejor ejecución es muerta; la mayor perfección, desabrida. Ni es tan accidente que no sea el principal alguna vez. No solo sirve al ornato, sino que apoya lo importante.
Porque, si es el alma de la hermosura, es espíritu de la prudencia; si es aliento de la gala, es vida del valor.
Campea igualmente en un caudillo al lado del valor el despejo, y en un rey a par de la prudencia.
No se le reconoce menos en el día de una batalla a la despejada intrepidez que a la destreza y al valor. El despejo constituye primero a un general señor de sí, y después, de todo.
No alcanza la ponderación, no basta a apreciar el imperturbable despejo de aquel gran vencedor de reyes, émulo mayor de Alcides, don Fernando de Ávalos. Vocéelo el aplauso en el teatro de Pavía.
Es tan alentado el despejo en el caballo como majestuoso en el dosel; hasta en la cátedra da bizarría a la agudeza.
Heroico fue el desembarazo de aquel Teseo francés, Enrico Cuarto, pues con el hilo de oro del despejo supo desligarse de tan intrincado laberinto.
También es político el despejo, y en fe de él aquel monarca espiritual del orbe llegó a decir: «¿Hay otro mundo que gobernar?».
Primor XIV
Del natural imperio
Empéñase este primor en una prenda tan sutil, que corriera riesgo por lo metafísico si no la afianzaran la curiosidad y el reparo.
Brilla en algunos un señorío innato, una secreta fuerza de imperio que se hace obedecer sin exterioridad de preceptos, sin arte de persuasión.
Cautivo César de los isleños piratas, era más señor de ellos; mandábales vencido y servíanle ellos vencedores. Era cautivo por ceremonia y señor por realidad de soberanía.
Ejecuta más un varón de estos con un amago que otros con toda su diligencia. Tienen sus razones un secreto vigor, que recaban más por simpatía que por luz.
Sujétaseles la más orgullosamente sin advertir el cómo, y ríndeseles el juicio más esento.
Tienen estos andado mucho para leones en humanidad, pues participan lo principal, que es señorío.
Reconocen al león las demás fieras en presagio de naturaleza y, sin haberle examinado el valor, le previenen zalemas.
Así a estos héroes, reyes por naturaleza, les adelantan respeto los demás, sin aguardar la tentativa del caudal.
Realce es este de corona y, si le corresponden la eminencia del entendimiento y la grandeza del corazón, no le falta cosa para construir un primer móvil político.
Viose entronizada esta señoril prenda en don Hernando Álvarez de Toledo, señor más por naturaleza que por merced. Fue grande y nació para mayor, que aun en el hablar no pudo violentar este natural imperio.
Dista mucho de una mentida gravedad, de un afectado entono, quintaesencia de lo aborrecible, no tanto si es nativa, pero que está muy al canto del enfado.
Pero la mayor oposición mantiene con el recelo de sí, con la sospecha del propio valor, y más cuando se abate a desconfianza, que es del todo rendirse al desprecio.
Fue aviso de Catón y propio parto de su severidad, que debe un varón respetarse a sí mismo y aun temerse.
En que se pierde a sí propio, el miedo da licencia a los demás, y con la permisión suya facilita la ajena.
Primor XV
De la simpatía sublime
Prenda es de héroe tener simpatía con héroes. Alcanzarla con el sol basta a hacer a una planta gigantea y a su flor la corona del jardín.
Es la simpatía uno de los prodigios sellados de la naturaleza; pero sus efectos son materia del pasmo, son asumpto de la admiración.
Consiste en un parentesco de los corazones, si la antipatía en un divorcio de las voluntades.
Algunos las originan de la correspondencia en temperamentos; otros, de la hermandad en astros.
Aspira aquella a obrar milagros, y esta, monstruosidades. Son prodigios de la simpatía los que la común ignorancia reduce a hechizos y la vulgaridad a encantos.
La más culta perfección sufrió desprecios de la antipatía, y la más inculta fealdad logró finezas de la simpatía.
Hasta entre padre e hijos pretenden jurisdicción y ejecutan cada día su potencia, atropellando leyes y frustrando privilegios de naturaleza y política. Quita reinos la antipatía de un padre y dalos una simpatía.
Todo lo alcanzan méritos de simpatía; persuade sin elocuencia y recaba cuanto quiere, con presentar memoriales de armonía natural.
La simpatía realzada es carácter, es estrella de heroicidad; pero hay algunos de gusto imán, que mantienen antipatía con el diamante y simpatía con el hierro. Monstruosidad de naturaleza, apetecer escoria y asquear el lucimiento.
Fue monstruo real Luis Undécimo, que más por naturaleza que por arte, estrañaba la grandeza y se perdía por las heces de la categoría política.
Gran realce es la simpatía activa, si es sublime, y mayor la pasiva, si es heroica. Vence en preciosidad a la gran piedra del anillo de Giges, y en eficacia a las cadenas del tebano.
Fácil es la propensión a los varones magnos, pero rara la correlación. Da voces tal vez el corazón, sin escuchar eco de correspondencia. En la escuela del querer es este el A, B, C, donde la primera lección es de simpatía.
Sea, pues, destreza en discreción conocer y lograr la simpatía pasiva. Válgase el atento de este hechizo natural y adelante el arte lo que comenzó naturaleza. Tan indiscreta cuan mal lograda es la porfía de pretender sin este natural favor y querer conquistar voluntades sin esta munición de simpatía.
Pero la real es la reina de las prendas, pasa los términos de prodigio, basa que levantó estatua siempre de inmortalidad sobre plintos de próspera fortuna.
Está a veces amortiguada esta augusta prenda por no alcanzarle los alientos del favor. No atrae la calamita al hierro fuera de su distrito, ni la simpatía obra fuera de la esfera de su actividad. Es la aproximación la principal de las condiciones, no así el entremetimiento.
Atención, aspirantes a la heroicidad, que en este primor amanece un sol de lucimiento.
Primor XVI
Renovación de grandeza
Son los primeros empeños examen del valor y un como salir a vistas la fama y el caudal.
No bastan milagros de progresos a realzar ordinarios principios, y cuando mucho, todo esfuerzo después es remiendo de antes.
Un bizarro principio, a más de que pone en subido traste el aplauso, empeña mucho el valor.
Es la sospecha, en materia de reputación a los principios, de condición de precita, que si una vez entra, nunca más sale del desprecio.
Amanezca un héroe con esplendores del sol. Siempre ha de afectar grandes empresas; pero en los principios máximas. Ordinario asumpto no puede conducir estravagante crédito, ni la empresa pigmea puede acreditar de jayán.
Son fianzas de la opinión los aventajados principios, y los de un héroe han de asestar cien estadios más alto que los fines de un común.
Aquel sol de capitanes y general de héroes, el conde heroico de Fuentes, nació al aplauso con rumbos de sol, que nace ya gigante de lucimiento.
Su primera empresa pudo ser non plus ultra de un Marte; no hizo noviciado de fama, sino que el primer día profesó inmortalidad.
Contra el parecer de los más cercó a Cambray, porque era estravagante en la comprehensión como en el valer. Fue antes conocido por héroe que por soldado.
Mucho es menester para desempeñarse de una grande expectación. Concibe altamente el que mira, porque le cuesta menos de imaginar las hazañas que al que ejecuta de obrarlas.
Hazaña no esperada pareció, más que un prodigio prevenido de la expectación.
Crece más en la primera aurora un cedro que un hisopo en todo un lustro, porque robustas primicias amagan gigantez.
Grandes son las consecuencias de una máxima en antecedente; declárase el valimiento de la fortuna, la grandeza del caudal, el aplauso universal y la gracia común.
Pero no bastan alentados principios si son desmayados los progresos. Comenzó Nerón con aplausos de fénix y acabó con desprecios de basilisco.
Desproporcionados estremos, si se juntan, declaran monstruosidad.
Tanta dificultad arguye adelantar el crédito como el comenzarlo. Envejécese la fama y caduca el aplauso, así como todo lo demás; porque leyes del tiempo no conocen excepción.
Al mayor lucimiento, que es el del sol, achacaron vejeces los filósofos y descaecimientos en el brillar.
Es, pues, treta, tanto de águila como de fénix, el renovar la grandeza, el remozar la fama y volver a renacer al aplauso.
Alterna el sol horizontes al resplandor; varía teatros al lucimiento, para que, en el uno la privación y en el otro la novedad, sustenten la admiración y el deseo.
Volvían los Césares de ilustrar el orbe al oriente de su Roma y renacían cada vez a ser monarcas.
El rey de los metales, pasando de un mundo a otro, pasó de un estremo de desprecio a otro de estimación.
La mayor perfección pierde por cotidiana, y los hartazgos de ella enfadan la estimación, empalagan el aprecio.
Primor XVII
Toda prenda sin afectación
Toda prenda, todo realce, toda perfección, ha de engastar en sí un héroe, pero afectar, ninguna.
Es la afectación el lastre de la grandeza.
Consiste en una alabanza de sí muda, y el alabarse uno es el más cierto vituperarse.
La perfección ha de estar en sí, la alabanza en los otros; y es merecido castigo que, al que neciamente se acuerda de sí, discretamente le pongan en el olvido los demás.
Es muy libre la estimación; no se sujeta a artificio, mucho menos a violencia. Ríndese más presto a una elocuencia tácita de prendas que a la desvanecida ostentación.
Impide poca estimación propia, mucho aplauso ajeno.
Juzgan los entendidos toda afectada prenda antes por violenta que por natural, antes por aparente que por verdadera, y así da gran baja en la estimación.
Todos son necios los Narcisos, pero los de ánimo con incurable necedad, porque está el achaque en el remedio.
Pero si el afectar prendas es necedad de a ocho, no le quedará grado al afectar imperfecciones.
Por huir la afectación dan otros en el centro de ella, pues afectan el no afectar.
Afectó Tiberio el disimular, pero no supo disimular el disimular. Consiste el mayor primor de un arte en desmentirlo, y el mayor artificio en encubrirle con otro mayor.
Grande es dos veces el que abarca todas las perfecciones en sí y ninguna en su estimación. Con un generoso descuido despierta la atención común y, siendo él ciego para sus prendas, hace Argos a los demás.
Esta llámese milagro de destrezas, que si otras por estravagantes sendas guían a la grandeza, esta por opuesta conduce al trono de la fama, al dosel de la inmortalidad.
Primor XVIII
Emulación de ideas
Carecieron por la mayor parte los héroes, ya de hijos, ya de hijos héroes; pero no de imitadores; que parece los expuso el cielo más para ejemplares del valor que para propagadores de la naturaleza.
Son los varones eminentes textos animados de la reputación, de quienes debe el varón culto tomar lecciones de grandeza, repitiendo sus hechos y construyendo sus hazañas.
Propóngase en cada predicamento los primeros, no tanto a la imitación cuanto a la emulación, no para seguirles, sí para adelantárseles.
Fue Aquiles heroico desvelo de Alejandro y, durmiendo en su sepulcro, despertó en él la emulación de su fama. Abrió los ojos el alentado macedón al llanto y al aprecio por igual, y lloró, no a Aquiles sepultado, sino a sí mismo, no bien nacido a la fama.
Empeñó después Alejandro a César, y lo que fue Aquiles para Alejandro, fue Alejandro para César; picole en lo vivo, en la generosidad del corazón, y adelantose tanto, que le puso la fama en controversia y la grandeza en parangón; pues si Alejandro hizo teatro augusto de sus proezas el Oriente, César el Occidente de las suyas.
Decía el magnánimo don Alonso de Aragón y Nápoles que no así el clarín solicita al generoso caballo como le inflamaba a él la trompa de la fama cesárea.
Y nótese cómo se van heredando estos héroes con la emulación la grandeza, y con la grandeza la fama.
En todo empleo hay quien ocupa la primera clase, y la ínfima también. Son unos milagros de la excelencia, son otros antípodas de milagros. Sepa el discreto graduarlos, y para esto tenga bien repasada la categoría de los héroes, el catálogo de la fama.
Hizo el sílabo de los jubilados Plutarco en sus Paralelas, de los modernos Paulo Jovio en sus Elogios.
Deséase aún una crisis integérrima, pero ¿qué ingenio la presumirá? Fácil es señalarles lugar en tiempo, pero difícil en aprecio.
Pudiera ser idea universal si no pasara a milagro, dejando ociosa toda imitación, ocupando toda admiración, el monarca de los héroes, primera maravilla de las animadas del orbe y el cuarto de los Filipos de España, que al sol de Austria se le debía la cuarta esfera.
Sea espejo universal quien representa todas las maximidades, no digo ya grandezas.
Llámese el émulo común de todos los héroes quien es centro de todas sus proezas y equivóquese el aplauso en blasones con eminente pluralidad. El afortunado, por su felicidad; el animoso, por su valor; el discreto, por su ingenio; el catolicísimo, por su celo; el despejado, por su airosidad; y el universal, por todo.
Primor XIX
Paradoja crítica
Aunque seguro el héroe del ostracismo de Atenas, peligra en el criticismo de España.
Estravagante aquel, le desterrará luego, y pudiera a los distritos de la fama, a los confines de la inmortalidad.
Paradojo este, le condena a que peca en no pecar. Es primor crítico deslizar venialmente en la prudencia o en el valor para entretener la envidia, para cebar la malevolencia.
Juzgan estos por imposible el salvarlas, aunque sea un gigante de esplendor, porque son tan arpías que cuando no hallan presa vil, suelen atreverse a lo mejor.
Hay intenciones con metafísica ponzoña que saben sutilmente transformar las prendas, malear las perfecciones y dar siniestra interpretación al más justificado empeño.
Sea, pues, treta política permitirse algún venial desliz que roa la envidia y distraiga el veneno de la emulación.
Y pase por triaca política, por contraveneno de prudencia; pues, naciendo de un achaque, tiene por efecto la salud. Rescate el corazón exponiéndose a la murmuración, atrayendo a sí el veneno.
A más de que una travesura de la naturaleza suele ser perfección de toda una hermosura. Un lunar tal vez da campo a los realces de la belleza.
Hay defectos sin defecto. Afectó algunos Alcibíades en el valor, Ovidio en el ingenio, llamándolos las fuentes de salud.
Ocioso me parece el primor, y más melindre de confiado que cultura de discreto.
¿Quién es el sol sin eclipses, el diamante sin raza, la reina de lo florido sin espinas?
No es menester arte donde basta la naturaleza. Sobra la afectación donde basta el descuido.
Primor último y corona
Vaya la mejor joya de la corona y fénix de las prendas de un héroe
Todo lucimiento deciende del padre de ellos, y si de padre a hijos. Es la virtud hija de la luz auxiliante, y así con herencia de esplendor. Es la culpa un monstruo que abortó la ceguera, y así heredada en obscuridad.
Todo héroe participó tanto de felicidad y de grandeza cuanto de virtud, porque corren paralelas desde el nacer al morir.
Eclipsose en Saúl la una con la otra, y amanecieron en David a la par.
Fue Constantino entre los césares el primero que se llamó Magno, y fue juntamente el primer emperador cristiano; superior oráculo de que con la cristiandad nació hermanada la grandeza.
Carlos, primer emperador de Francia, alcanzó el mismo renombre y aspiró al de santo.
Luis, gloriosísimo rey, fue flor de santos y de reyes.
En España, Fernando, llamado comúnmente el Santo en Castilla, fue el Magno del Orbe.
El conquistador de Aragón consagró tantos templos a la Emperatriz del Empíreo como conquistó almenas.
Los dos reyes Católicos, Fernando y Isabel, fueron el non plus ultra, digo colunas de la fe.
El bueno, el casto, el pío, el celoso de los Filipos españoles, no perdiendo un palmo de tierra, ganó a varas el Cielo; y de verdad que venció más monstruos con su virtud que Alcides con su clava.
Entre capitanes, Godofre de Bullón, Jorge Castrioto, Rodrigo Díaz de Vivar, el gran Gonzalo Fernández, el primero de Santa Cruz y el pasmo de los turcos, el serenísimo señor don Juan de Austria, fueron espejos de virtud y templos de la piedad cristiana.
Entre los héroes sacrosantos, los dos primeros a quienes dio renombre la grandeza, Gregorio y León, les dio esplendor la santidad.
Aun en los gentiles y infieles reduce el sol de los ingenios, Augustino, toda la grandeza al fundamento de algunas virtudes morales.
Creció Alejandro hasta que menguaron sus costumbres. Venció Alcides monstruos de fortaleza hasta que se rindió a la misma flaqueza.
Fue tan cruel la fortuna, digo justiciera, con ambos Nerones, cuanto lo fueron ellos con sus vasallos.
Monstruos fueron de la lascivia y flojedad Sardanápalo, Calígula y Rodrigo, y portentos del castigo.
En las monarquías pretende evidencia este primor. Floreció el que es flor de los reinos mientras que floreció la piedad y religión, y marchitose con la herejía su belleza.
Pereció la fénix de las provincias en el fuego de Rodrigo, y renació en la piedad de Pelayo o en el celo de Fernando.
Salió a ser maravilla de prosapias la augustísima Casa de Austria, fundando su grandeza en la que es cifra de las maravillas de Dios. Y rubricó su imperial sangre con la de Cristo, Señor nuestro, sacramentada.
¡Oh, pues, varón culto, pretendiente de la heroicidad! Nota el más importante primor, repara en la más constante destreza.
No puede la grandeza fundarse en el pecado, que es nada, sino en Dios, que lo es todo.
Si la excelencia mortal es de codicia, la eterna sea de ambición.
Ser héroe del mundo, poco o nada es; serlo del Cielo es mucho, a cuyo gran Monarca sea la alabanza, sea la honra, sea la gloria.